El disco, ha sido una herramienta de la industria cultural del capitalismo, para imponer formas de pensar y de actuar. Esta reflexión de Fidel Barbarito nos recuerda que nuestro objetivo es tomar los medios de producción simbólica para combatir a la cultura del egoísmo. En esta batalla, el disco es vital para enviar un mensaje que pueda despertar al pueblo colonizado...
DT
El Disco está en la batalla simbólica
Por Fidel Barbarito
En el ámbito de la cultura se libra una batalla simbólica entre el discurso hegemónico y el contrahegemónico. El primero impone su esquema de dominación cultural para asegurar la alienación y favorecer la desfiguración de las personalidades e identidades, <>, con todas sus fuerzas, una cultura globalizada –universal– que en sintonía con una economía de mercados sin frontera, induce a todos los pueblos del mundo al consumo de un solo tipo de comida, vestido, música, cine, literatura, diseño, arquitectura. Es el discurso que nos presiona a consumir suntuaria y ostensiblemente, cuyo signo indestructible es el capital. El segundo intenta subvertir el orden impuesto por el primero, en una lucha asimétrica.
El capitalismo somete a la cultura en función del mercado y a tales fines crea lo que conocemos como la industria del entretenimiento. Con esta superestructura produce mercancías para el consumo masivo, crea y difunde mensajes generadores de alienación y consumismo irracional, al tiempo que legitima su discurso. Es decir, el capitalismo convierte a la cultura en un arma de sometimiento. Tal y como lo explica Leonardo Acosta (Música y descolonización -1982-), el colonialismo cultural somete al destruir las creaciones autóctonas de los países conquistados para imponer sus propios valores o al marcar como inferior a la cultura de los vencidos.
Son varias las tácticas que emplea el capital en su estrategia de dominación. El disco –entendido como consorcio transnacional- no solo es una de ellas, sino que además, es una de las más eficientes, pues en su entorno se ha generado todo un aparataje económico y simbólico que va desde la producción de los contenidos musicales y la fabricación del propio soporte –discos, cintas, discos compactos, memorias– hasta el asentamiento de un emporio radial y el desarrollo de una industria tecnológica muy exitosa, la que ha provocado en menos de 50 años el cambio periódico de equipos cada vez más sofisticados y costosos para escuchar música.
La industria discográfica, además de la inimaginable fortuna que le ha generado a los dueños del capital, también ha realizado un aporte determinante para generar alienación, estimular el consumismo irracional y legitimar la colonización cultural. Esto lo ha logrado con una práctica tan perversa como eficaz en la consecución del objetivo. Veamos:
Se identifica a una expresión musical emergente –es <>– y se analiza su potencial conexión popular -si el contenido de esta manifestación es insurgente, mucho mejor-. Esta novedad es secuestrada por el colonizador y vaciada por completo de su contenido original –destruyendo cualquier símbolo de resistencia y rebelión–, bautizada con los nuevos signos –de dominación–, hecha mercancía y luego vendida al pueblo que la creó.
Esta apropiación, universalización e inversión de los significados de los símbolos culturales que forjan la identidad de los pueblos colonizados, es una fórmula exitosa para desdibujar el sentido de pertenencia del colectivo, del organismo social. Es uno de los mecanismos de interferencia más eficientes, pues logra que asumamos códigos estéticos diseñados para la comercialización, en los que creemos reconocernos.
Pero es también una fórmula exitosa para apropiarse de los saberes culturales de los pueblos explotados. Es el saqueo de melodías, ritmos y sonoridades como materias primas que la metrópoli procesa en su maquinaria reproductora para comercializarlas como mercancías a nivel mundial.
A lo largo de la historia del disco hemos visto cómo las más combatidas manifestaciones musicales, más tarde son absorbidas por la industria del entretenimiento y liberadas de todo mal. El Jazz, el Rock, el Hip-Hop, el Rap y el Reguetón, pueden ser los ejemplos más notables de géneros musicales populares a los que el capital pervirtió el espíritu para hacerlos responder a una lógica unilateral que se apoya en representaciones falsas con la que genera discriminación, violencia, egoísmo, conformismo y, obviamente, dinero.
Latinoamérica, África y Asia igualmente han sido testigos de la expoliación musical y de la deformación de la identidad que genera esta táctica. Basta recordar la lambada, el meneíto, la soca y la bomba para poner cuatro ejemplos cercanos a nuestro entorno caribeño. Algunas de las expresiones musicales secuestradas por el capital han logrado reivindicar su origen y siguen combatiendo desde su trinchera. Otras, se han diluido, entre las ropas y los videos que acompañan la estrategia de mercado, al ser sustituidas por la lógica de la moda.
Son diversos y abundantes los signos con los que la industria discográfica transnacional interviene el sentido original de sus nuevos productos musicales, aquellos que secuestró y ahora convierte en referencia de la <>. Uno de estos signos es la discriminación. Con ella se aniquila la insurgencia y el sentido de dignidad de los pueblos cuando son desplazadas, de todos los espacios, las músicas diferentes a la marginadora. De la misma forma son excluidas y excluidos, en su propio entorno cultural, los creadores y las creadoras de estas músicas y por ende, el pueblo al que pertenecen.
La violencia es otro de los signos que se incorpora como valor de la que podríamos llamar música hegemónica. Nos convertimos en receptores de mensajes que agreden a la dignidad de las personas, muy especialmente dedicados a la mujer, las niñas, niños y adolescentes. El objetivo es estimular una relación de maltrato físico y psicológico para legitimar la violencia desde el mensaje. De esta forma se asume con naturalidad en la cotidianidad individual y colectiva.
El disco, al ser una herramienta de comunicación, ejerce un papel protagónico en esta batalla de las ideas. Así, entendiendo que lo bello es revolucionario, que la pluralidad es nuestra bandera y el amor nuestro motor, quienes hacemos y disfrutamos los discos, debemos acercarnos al debate de lo simbólico como práctica reflexiva que nos permita percibir con claridad aquellos valores que se transmiten con un disco y que van alterando –para bien o para mal- nuestras conductas, análisis y percepciones.
Toda la sociedad debe tomar conciencia de la magnitud de esta batalla y toca al artista, al creador, la creadora, en su condición de comunicador y comunicadora, de intérpretes de la realidad que le ha tocado compartir con un colectivo, asumir la responsabilidad de su discurso estético. Si queremos construir una sociedad insurgente, justa, libre, solidaria y soberana, entonces debemos estimular las relaciones sociales –colectivas, donde hombres y mujeres son el ser del vínculo- y no las relaciones de propiedad –egoístas, donde hombres y mujeres se vinculan a través de los objetos que poseen-.
En esta revolución, el disco y la música, como soporte y discurso, están llamados a dar la batalla. La que ganaremos con el ejercicio consciente, urgente y constante de la soberanía cultural como construcción de la idea de Patria y como contradicción al discurso hegemónico imperialista. Solo descolonizándonos podremos profundizar este proceso liberador inspirado en el ideario bolivariano y proyectarlo en el futuro.
Tomado de: http://cendisavanza.blogspot.com/2011/05/el-disco-esta-en-la-batalla-simbolica.html
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