martes, 3 de abril de 2012

Wilhelm Reich: La verdad versus el carácter apestado


LA VERDAD VERSUS CARÁCTER APESTADO1
El carácter apestado es por lo general una estructura activa, móvil, emotiva, Pero su movilidad se encuentra "cortocircuitada", de tal manera que todas sus ideas válidas y todas sus buenas inten­ciones se evaporan antes de que puedan concentrarse para producir efectos durables. El posee entonces serios problemas a nivel del tra­bajo, que se manifiestan particularmente en el hecho de que el carác­ter apestado se revela frecuentemente como una especie de "genio frus­trado". El "cortocircuito" que afecta todo lo que emprende paraliza sus virtualidades y frustra al individuo sometido a la inhibición de sus capacidades. El resultado es un estado de frustración crónica que, como todas las biopatías, es provocada por una perturbación pro­funda de la satisfacción genital plena (impotencia orgástica). Como toda verdad aumenta la frustración estructural, el carácter apestado debe detestar la verdad. El desarrolla una gran habilidad en el mane­jo de la mentira, ya que está incapacitado de hecho para vivir la-verdad. Pero sus mentiras no son necesariamente groseras y manifies­tas. De hecho existe toda una variada gama de la mentira, desde la pequeña deshonestidad inocente hasta la enorme mentira de talla hi­tleriana. Y el carácter apestado sabe lograr sus objetivos utilizan­do medios indirectos y ambiguos.
Dada su perturbación sexual, el carácter apestado, dotado de una agilidad bio-energética superior a la media, debe descubrir los me­dios que le permitan descargar su excedente de energía. De ahí su ha­bilidad para la astucia, el truco sofisticado, poniendo "a marchar" a la gente sin enfurecerlos. Nunca se distanciará excesivamente de la masa, dándose aires de "buen tipo", de "muchacho del pueblo", ju­gando con la honestidad y la sinceridad, manifestando convencimiento, a nivel subjetivo, de lo que dice. Pero no puede deshacerse del sen­timiento de ser un genio abortado, de ser alguien perturbado y dota­do a la vez. Ese sentimiento, que asume en el una forma particular­mente aguda, lo comparte con el común de los mortales. Pero lo que lo diferencia de los otros es que éstos son por lo general menos am­biciosos y menos dotados de la vitalidad bio-energética que lo defi­ne en cuanto apestado.
Cuando un individuo de ese tipo se une a un grupo de gente apacible y trabajadora él se adaptará a ellos aparentemente sin mayores dificultades, pero su frustración interior lo llevará tarde o tempra­no a manifestar su malignidad ambivalente. Así están estructurados la mayoría de los espías que no persiguen ningún objetivo racional. La disimulación y el manipuleo oculto, en sus orígenes, no tienen na­da que ver con las directivas políticas u otras. La clandestinidad precede la malignidad. Es el genio abortado incapaz de producir resul­tados duraderos el que conduce al carácter apestado a ese tipo de actividades en la vida pública.
El carácter apestado es profundamente cobarde y tiene mucho por ocultar, particularmente sobre el plano sexual. Su existencia social y emocional es esencialmente tributaria de la disimulación. Es de su­poner que espías conocidos como Fuchs y otros se pusieron al servicio de las dictaduras fascistas porque estas les ofrecían facilidades par­ticulares para integrar, su estructura caracterial oculta. Es evidente que los fenómenos sociales patológicos que viven y prosperan sobre la disimulación, reposan sobre tales caracteres. La historia de la Revo­lución Rusa ilustra la manera como un hombre retorcido, llamado Djougachvili Stalin, accedió al poder dejándose llevar por la ola de la peste emocional. El poseía todas las marcas distintivas del carácter apestado. Pero su poder y los abusos que él cometió no son produc­to de su propia cosecha ni hacen parte de sus méritos. Ellos fueron resultado de la estructura caracterial media de 'cientos de individuos similares incapaces de esfuerzos constantes y regulares para rea­lizar algo duradero, y que, por esa misma razón, prefieren encauzar­se por el camino fácil que consiste en entregarse y abandonarse a un político, el cual, a su vez, no está obligado de probar que mantendrá sus promesas ni que traducirá en actos sus bellas palabras.
Djougachvili extiende su poder sobre millones de individuos, con­ducido por la misma gente que el se dispone a doblegar, sostenido y protegido por lo que ella tiene de común con él, por insignificante y mínimo que sea.
Veamos brevemente lo que el público, el pionero o el administra­dor tienen en común con el carácter apestado. Si no se descubre ese denominador común seremos incapaces de comprender el éxito social de la peste emocional, o la victoria de la mentira sobre la verdad. Ninguna "comisión de investigación del Congreso" u organización por el estilo cambiará gran cosa en materia social, mientras ese punto no sea elucidado y comprendido. La justicia continuará golpeando a los inocentes y sembrando la confusión y el miedo en el público. No es necesario agregar que esos problemas de patología social son de la incumbencia del educador y el médico, y no del político y de la po­licía.
Todo ser humano posee algo por ocultar, ya sea un pionero, ya sea un individuo nivelado en la masa, o un administrador cualquiera que sea. Lo que se oculta no son grandes crímenes, sino pequeños asuntos personales por fuera de la escena publica dominada por los chismes y la calumnia caracterial. El núcleo de esa angustia social ha sido siempre y lo será aún por mucho tiempo lo que se llama la "vida privada", o para decir las cosas por su nombre, la vida amorosa de cada uno. Tomemos el caso de un administrador que tiene relaciones con una joven muchacha conocida por él "honoráblemente y que por allí se introduce en ese dominio que el "públicoconsidera como "mo­ral". Muchos están enterados de esas relaciones, pero como ellos po­seen también pequeños secretos de ese género, perfectamente decentes, se establece entonces entre ellos una especie de lazo común. Cada uno tiene así una conciencia más o menos cargada, que él oculta bajo la máscara de la buena conducta. El temor de entrar en conflicto con la ley es casi universal. El conformismo tiene su fuente en ese temor y en esos pequeños secretos. La estructura social no posee ninguna instancia que permita comprender, manejar esos pequeños secretos y protegerlos contra la empresa de las imaginaciones pervertidas.
El sentimiento de culpabilidad sexual es absolutamente general. ¿Quién no ha tocado alguna vez sus órganos genitales? ¿Quien no ha acariciado alguna vez a una persona del otro sexo? ¿Quién no ha tro­pezado alguna vez por fuera del sendero del matrimonio? ¿Quién no ha cometido aquí o allá uno de esos pequeños crímenes? Evidentemente, cualquiera es un poco culpable, y debemos hacer prueba de comprehensión humana. La primera cosa que podemos hacer combatiendo la peste emocional consiste en aliviar la presión que sobre la gente ejerce la falsa buena educación de los "procuradores generales" y senadores en búsqueda de algún "caso" por explotar para hacer carrera, o de los policías y políticos que esperan ascender en la escalera social del poder, a través de encuestas ofensivas, degradantes.
Cada uno, pues, tiene algo por ocultar. Ese es el talón de Aquiles de la gente, atacado por el carácter apestado para cometer sus fechorías. Cuántas veces no vemos a un inocente maestro de escuela, a un trabajador social o a un administrador de higiene mental hacer­se pequeño ante las recriminaciones o alusiones indirectas de la "di­rectora de la Casa, honesta contribuyente". Muy pocos tiene el coraje y la sinceridad necesaria para enviar al diablo a esos apestados pú­blicos.
La peste emocional ha sabido elaborar dispositivos de protección. No contenta de jugar habilidosamente con la mala conciencia de cada uno, ha puesto en circulación reglas morales pretensiosas, inatacables en sí: "no hay que poner atención a propósitos calumniosos", o bien: "todo pionero debe sufrir", o "eso siempre ha sido así y no cambiará".
La afirmación de que un mal "es incurable" es tan vacía de sentido como la canción de que "el pionero debe sufrir". Los "espíritus libe­rales" se confunden frecuentemente con ese tipo de tolerancia. Es com­prensible, así, de que bajo la protección de que goza la peste emocio­nal, se cometan innumerables crímenes. Cuántos jóvenes irreprochables no han sido enviados a cárceles y asilos de alienados, cuántos millo­nes de bebes y de niños inocentes no han soportado torturas y mutila­ciones psíquicas de por vida, y cuántos millones de humanos - si con­tamos las guerras entre los perjuicios de la oscura peste emocional-, no han sido muertos en los campos de batalla por prácticamente nada y en beneficio exclusivo de MODJU?2
De tal manera, esas reglas y consignas están totalmente despro­vistas de sentido; ellas se ordenan en la categoría de las habladu­rías que matan, incluso cuando se las repite inocentemente. Ahora bien, es esa inocencia la que merece ser traída a la luz del día.
Los que emplean ese lenguaje piensan no hacer ningún mal. Están convencidos de la bondad definitoria de la naturaleza humana. Pero su manera de hablar, de expresarse, refleja la debilidad y el miedo ante la peste emocional. Ellos están realmente hipnotizados e incapaces de cualquier movimiento, como una gallina ante una serpiente. Por otro lado, ellos admiran --algunos, al menos--, la firmeza aparente, la dulzura, la habilidad y el "saber comportarse" del carácter apestado.
Con esa actitud favorecen el asesinato encubierto bajo sus diver­sas formas.
Los individuos están reprimidos en sus movimientos por el miedo a las habladurías, inmovilizados emocionalmente por el temor al de­sorden y las preocupaciones diversas, por sentimientos latentes de culpabilidad sexual. Así son presa fácil del carácter apestado.
Ellos sucumben a pesar de que conozcan la verdad, a pesar de estar convencidos de la importancia del amor físico; ni siquiera los protege la honestidad profundamente anclada en ellos, pero hecha ino­perante ante tanta triquiñuela y duplicidad.
Los pioneros son frecuentemente víctimas de la maldad, a causa de su ocupación y honestidad excesivas, porque no quieren ensuciarse las manos con las inmundicias de la peste emocional. El administra­dor, a su vez, es tributario de las aclamaciones del público, pero se siente inmovilizado por sus propios pequeños secretos.
En esas condiciones, el carácter apestado tiene todas las de ga­nar; se encuentra protegido por todos lados; puede obrar a ciencia cierta, sin riesgos de desocultamiento, de ser desenmascarado o moles­tado de cualquier otra manera. Si el pudiera disponer del poder polí­tico, se lanzaría a la conquista de continentes enteros.
.Una pequeña calumnia bien formulada acabará sin mucho esfuerzo con una verdad de peso, en sus inicios, o la vaciará de toda eficacia social si tiene la fuerza de desarrollarse en un clima de patología social. El público no reaccionará y no apoyará la verdad; permanecerá "sentado" y asistirá, desarmado o incluso irónico, a la crucifixión de almas inocentes. El administrador público entrará en pánico y tra­tará de salvaguardar la moral y el orden públicos. El pionero será reducido al silencio, o bien sucumbirá ante una enfermedad mental o a una profunda depresión nerviosa. Nadie sacará provecho de una situa­ción tal, a excepción de la emoción patológica de una biopatía perju­dicial llamada MODJU.
Todo ello parece risible, pero es cierto. Y detrás de la irrisión se esconde un problema terrible de la existencia humana:
¿Cómo esa calamidad ridícula ha podido apoderarse del mundo? ¿Cómo ha podido desbastar impunemente durante siglos la organización del trabajo humano?
Estaremos incapacitados para elaborar los primeros elementos de una solución a ese problema, mientras no acabemos con la influencia nociva que el carácter apestado ejerce sobre el trabajo humano. Es pues indispensable la creación de un cierto numero de garantías para dedicarnos a nuestra labor investigativa sobre la vida.


He aquí algunas medidas prácticas para combatir esa ingerencia nociva:


1) Saber distinguir la fisonomía honesta de la fisonomía retorci­da.
2) Insistir para que todo sea hecho a la luz del día, sin tapujos.
3) Utilizar sabia pero decididamente el arma de la verdad. El carácter apestado es generalmente cobarde y no tiene nada por ofrecer.
4) Enfrentar decididamente a la peste emocional. No ceder ni aceptar com­promisos. Dominar los sentimientos de culpabilidad y aprender a cono­cer nuestros puntos débiles.
5) No vacilar, y si es necesario, revelar nuestros puntos débiles e incluso nuestros secretos. La gente sabrá responder comprehensivamente.
6) Tratar de aliviar la presión del sentimiento, de culpabilidad de los individuos, sobre todo en materia sexual, dominio principal de ata­que de la peste emocional.
7) Revelar a todos, de una manera abierta y visible, nuestros móviles, objetivos y métodos.
8) Aprender incesantemente a defenderse de la mentira pérfida.
9) Dirigir toda la curiosidad humana sobre los grandes problemas de la vida, en particular la educación de los niños.
Es previsible que la peste emocional pueda ser vencida, incluso fácilmente, con la condición de utilizar plenamente y sin ninguna restricción el arma de la verdad. La verdad es nuestra aliada virtual, incluso en el interior del carácter apestado. Pues este guarda en su intimidad, incluso ignorándolo, un fondo de honestidad.

Wilhelm Reich


Extraído de Reich parle de Freud, Payot, Paris, 1972. Se trata de un artículo aparecido en el Orgone Enerqy Bulletin, vol. IV, no. 3, julio de 1952.


La traducción es de Francisco Téllez.
1Extraído de Reich parle de Freud, Payot, Paris, 1972. Se trata de un artículo aparecido en el Orgone Enerqy Bulletin, vol. IV, no. 3, julio de 1952. La traducción es de Francisco Téllez.
2 MODJU es la contracción de MOcenigo y DJUgachvili. Mocénigo es el nombre del "discípulo" de Giordano Bruno que lo acuso ante la inquisi­ción, llevándolo a la muerte. Djugachvili es el nombre de Stalin. Reich quiere así marcar con una sola palabra expresiva el carácter apestado, patológico, de las emociones.

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