Israel Colina publicó en www.aporrea.org el 04 de febrero de 2011, sus consideraciones sobre la necesidad de crear mensajes coherentes, echándole mano a los símbolos e íconos que identifican a lo venezolano. Bolívar, su pensamiento, y tantos personajes y acontecimientos inspirados en su gesta heróica y libertaria son parte de nuestro imaginario insurgente.
Agua, aire, tierra y fuego, todo está hecho de ellos. Nosotros, los seres humanos, somos la fuerza de la naturaleza, los instintos, domados por nuestra memoria y por nuestra capacidad de razonar. Manifestamos en el presente, lo que sabemos del pasado, por eso, si la gloria de nuestros antepasados vive en nosotros, podremos liberarnos de las cadenas de la explotación, dejaremos de ser oprimidos por la cultura capitalista: seremos libres.
Es un error histórico la inexistencia de una Política de Estado para construir una simbología revolucionaria bolivariana
Por Israel Colina
La estrategia comunicacional del Gobierno Bolivariano no puede seguir siendo contingente. La oposición no puede ni debe dictarnos pauta o imponernos su agenda y desde hace años, lamentablemente, es así. Todo cuanto ha logrado convertir en realidad concreta el Gobierno Bolivariano adolece en la mayoría de los casos, de una plataforma seria de difusión y promoción constante y contundente en los canales, radioemisoras, medios impresos y digitales del Estado, salvando las honrosas excepciones. Eso sin mencionar los desaguisados de muchas gobernaciones y alcaldías “bolivarianas”, nichos irrefutables de la antirrevolución. Pero no es la publicidad pagada lo único que construye el socialismo, sino las gestiones eficientes y desburocratizadas.
El monstruo de la burocracia de la cuarta república no ha podido ser desmantelado por la quinta, porque esta última es displicente y permisiva con una cultura de desidia que hunde a la nación en la apatía y la indefensión. La indefensión está expresada a su vez, en la inseguridad que plena nuestra geografía con cuerpos policiales corrompidos y un sistema judicial lento, oprobioso y favorecedor legal del delincuente. Para mayores males, las calles, avenidas y las pocas “autopistas” –prácticamente no existen- de la nación, reflejan la condición despectiva del tercermundismo que nos caracteriza, plagadas de huecos, baches y falta de todo acondicionamiento normal en un país que no solo posee petróleo, sino que lo produce y lo refina. Las calles de nuestro país son una ironía inadmisible en pleno siglo XXI. A ello, súmele los niveles de violencia y estrés que vive la gente, presa de la intoxicación mediática privada, pornográfica y sangrienta desde que amanece cada día.
En la Revolución Cubana , el filósofo, cineasta, dramaturgo e investigador cultural Alfredo Guevara piloteó el proyecto del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) que motorizó la nueva cosmovisión de la isla caribeña, luego del 01 de enero de 1959. Su finalidad primaria fue auspiciar la creación del Grupo de Experimentación Sonora “como un colectivo de trabajo para la creación de música para documentales y películas”. La intención expresa era entonces, “relanzar la perspectiva de la música cubana fuera de los criterios del mercado” impuestos por la industria cultural que posterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) había tomado vigor y se propuso como estrategia de invasión pacífica, la alienación, mediante la imposición de su idioma como herramienta de dominación. La música y las obras cinematográficas “hollywoodenses” esencialmente fueron y siguen siendo sus vehículos.
Esta circunstancia connota el tino e idoneidad del estratega y estadista Fidel Castro, al considerar la cultura y su fortalecimiento, como bastión esencial para ejercer el poder y los cambios necesarios, catapultando la nueva simbología de una naciente revolución. En el caso venezolano, es un error histórico, a doce años de iniciado el proceso de cambio, la inexistencia de una Política de Estado para construir una simbología revolucionaria bolivariana. Si México y Argentina promovieron sus valores raigales con personajes propios, nacionalistas y patriotas, a través de una industria cinematográfica, no es absurdo pensar que gracias a ella, su música (rancheras, boleros, jarabes, corridos y otros) y el tango, se irrigaran con tanta fuerza por nuestra geografía, que hasta el sol de hoy y gracias al cosmos, aún se difunden y se cantan, prueba irrefutable de una temprana integración latinoamericana, pero sin conciencia política o trascendencia del hecho.
Sin duda, la nueva simbología de la Revolución Bolivariana debe ser razonada, cerebral, científica con todos los elementos que comporta el despertar de una conciencia de clases. Debe ser una Política de Estado. Que emane de sus instancias Comunicacionales, Educativas, Científicas y Culturales. El Pueblo debe ser su esencia y no su carácter utilitario y oportunista. ¿Dónde están los murales insuflando el espíritu nacionalista y patriótico de Venezuela soportando la acción gubernamental? ¿Las vallas son para las caras de los políticos o para establecer una simbología más perdurable en el tiempo del proceso de cambio? ¿Dónde está irrigado Bolívar y toda la iconografía que de él se desprende? ¿Dónde están las películas del Cantor del Pueblo Alí Primera, de Fabricio Ojeda, de Algimiro Gabaldón? El país de la Revolución Bolivariana no puede ni debe ser mezquino con quienes lo han levantado sobre sus hombros en tiempos de silencio, desapariciones y exterminio. La nueva simbología es compleja y ya no hay más tiempo que perder. Se dicen estas apreciaciones en rasgos generales, ya entraremos en los específicos.
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