jueves, 4 de octubre de 2012

EL VEGUERO QUE SE CONVIRTIÓ EN UN PUEBLO




Hugo Chávez
El veguero que se convirtió en un pueblo
Por Clodovaldo Hernández


Cuando estaba recién llegado a Caracas, el ex embajador de España, Raúl Morodo, recibió un consejo de otro diplomático europeo: “Tenga cuidado cuando vaya a Miraflores, embajador, porque con Chávez pasa una cosa rara: usted entra a su oficina con sus propias ideas… ¡y sale con las de él!”





EL ROSTRO

La verruga en la frente se lleva la fama, pero la nariz es el verdadero rasgo definitorio de la cara de Hugo Chávez. En segundo lugar quedan los ojos, no porque resalten, sino precisamente por lo contrario. Desde lejos apenas lucen como rayas, Enmarcadas por unas cejas incompletas que – por cierto– tampoco se quedan atrás en la lista de aspectos peculiares de este rostro. Luego siguen la boca, su característica más afro descendiente, y las orejas, que algunos se empeñan en asimilar a las de un elfo. En fin, el comandante venezolano es una verdadera mina para los caricaturistas.

Así ha sido desde que un relámpago de la historia lo puso para siempre en primer plano, en febrero de 1992. Claro que hay una gran distancia entre aquel paracaidista de 37 años, de traje camuflado y boina roja que, paradójicamente, triunfó pronunciando un brevísimo discurso de rendición, y el actual líder político con veinte años de recorrido trepidante y millones de palabras dichas.

En aquella primera y estelar figuración pública era magro y atlético, un genuino ejemplo de la clase de oficial medio que ejerce su liderazgo sobre la tropa a punta de ser más fuerte y más rápido que los subordinados. “¡Un soldado debe tener pecho de tanque!”, arengaba a los estudiantes en el patio de la Academia.

Hoy hay que añadir más grosor a casi toda su fisonomía y agregar una papada que ha acentuado otro de sus detalles singulares: el cuello tan cortó que, con algunas indumentarias, casi no existe. La enfermedad y los tratamientos aplicados contra ella han traído consigo cambios drásticos en el aspecto del Presidente.

El Chávez que vimos el 30 de junio de 2011, Declarándose enfermo, lució terriblemente enflaquecido y desmejorado. Luego, mientras recibía la quimioterapia, apareció sin cabello y muy hinchado. Los caricaturistas –muchos de quienes lo dibujan con tintas de odio concentrado–tuvieron motivos para renovar sus portafolios.


LA IMAGEN

Los caricaturistas no son los únicos que exageran sus atributos y defectos. Desde aquel “por ahora” y hasta el sol de hoy unos lo deifican y otros lo satanizan; unos lo tienen por ¡Un prócer moderno y otros como una maldición nacional que encarnó en un muchacho de la ignota Sabaneta. Prácticamente no da lugar a opiniones tibias: quienes no lo quieren apasionadamente, lo odia o lo desprecian de un modo que asusta. Una de sus principales ventaja estratégicas es, precisamente, el menosprecio de sus oponentes, entre quienes se cuentan los representantes de los poderes fácticos del país y del mundo, un variopinto espectro de dirigentes políticos y gente de las clases medias.

Esos enemigos no le conceden ninguna virtud: no es inteligente sino, a lo sumo, astuto; no tiene perspicacia, sino malicia. Algunos ni siquiera acepta que sea un gran comunicador, a pesar de que los hechos lo configuran como todo un fenómeno mediático. Dicen que su buena imagen se debe a que es el dueño de un aparato propagandístico goebbeliano. Un escritor de mucho talento y pocos libros llegó al extremo de afirmar que de no ser por su petrochequera, “no pasaría de ser animador de mangas de coleo”. Chávez – aseguran quienes han estado suficientemente cerca de él–a veces se molesta con estos comentarios, pero casi siempre se divierte, entre otras razones porque sí, alguna vez fue animador de mangas de coleo, volvería a serlo si se presenta la oportunidad. ¡Faltaría más!



YO SOY

Si alguien se ha tomado el trabajo –espumando en sus discursos– de recopilar lo que dice Chávez de sí mismo, tendrá una lista en la que aparecen, entre muchas otras, palabras o frases como: un soldado, una débil paja llevada por el huracán de la historia, el arañero de Sabaneta, un veguero, Tribilín, el nieto de Rosa Inés y el lanzador de la rabo ’e cochino. En buena medida, esas denominaciones hablan de un hombre que sabe reírse de sí mismo. Pero
también tiene autodefiniciones épicas: “Chávez ya no soy yo, Chávez es un pueblo, Chávez es la patria”.

Cuando se dibuja como parte del grupo de gobernantes de izquierda de América Latina, utiliza una frase de Fidel Castro: “No somos presidentes, somos unos tipos que andan por ahí”.

En círculos más privados, el comandante es de lo más llanero en su concepto de sí mismo. Durante el bautizo de un libro escrito a varias manos, se acercó a los autores y dijo: “Ustedes son humoristas; otros por ahí son cómicos y estamos los tipos como yo, que apenas llegamos a jodedores”.


ASÍ LO VEN

Este último aspecto es uno de los que más indigna a los sectores opositores, en especial a las clases medias que practican cierto suprema cismo cultural y académico, no exento de racismo. A veces da la impresión de que si Chávez hubiese desarrollado exactamente la misma obra, pero fuese “un señor fino”, la burguesía y la pequeña burguesía no lo tuvieran tan atragantado o, al menos, lo tolerarían un poco más.

“Es que no lo soporto, es tan ordinario”, es una frase típica en los círculos antes mencionados. La articulista Carola. Chávez, conocedora por experiencia propia de las veleidades de cierta clase media, refuta, sin embargo, esa hipótesis.

“Imaginemos a otro Chávez: guapo, alto, blanco, elegante, pero igualmente luchando por el pueblo, junto al pueblo… lo considerarían un traidor a su clase y sería todavía más odiado”, dice. La ordinariez que lo condena con los ricos (y los que se creen ricos) es una de las claves de su enorme popularidad. 

Oscar Schemel, director de la empresa encuestadora Hinterlaces, ha estudiado el fenómeno mediante los Sondeos de opinión y especialmente con la herramienta de los grupos de enfoque, y ha llegado a la conclusión de que la gente del pueblo, incluso la que no se identifica plenamente con sus políticas, lo considera “un hombre bueno”, alguien que se parece a ellos.

Según Schemel existe una conexión emocional, amorosa, entre el líder y su pueblo. El menosprecio lleva a la dirigencia opositora y a muchos antichavistas silvestres anegar también ese liderazgo enraizado que adquiere ya visos históricos y a considerar que la tal conexión es otro truco publicitario.

Demostrando el bajo concepto que tienen también del pueblo, dicen que todo el apoyo del que goza es producto del clientelismo político. Gente menos contaminada por el rencor sí reconoce que el Presidente tiene el magnetismo excepcional característico de los grandes líderes.

Cuando estaba recién llegado a Caracas, el ex embajador de España, Raúl Morodo, recibió un consejo de otro diplomático europeo: “Tenga cuidado cuando vaya a Miraflores, embajador, porque con Chávez pasa una cosa rara: usted entra a su oficina con sus propias ideas… ¡y sale con las de él!”.

Otro aspecto de la personalidad de Chávez que irrita a sus adversarios es la prédica constante a favor de la lectura y el análisis de las más diversas obras literarias, filosóficas y políticas. Según los intelectuales de las élites desplazadas, se trata de pura pose. José Vicente Rangel, uno de sus hombres de máxima confianza, opina lo contrario. “Hugo es un lector voraz y muy crítico. Todos sus libros están subrayados y llenos de notas” –revela–.
Y pese a todas las ocupaciones que trae consigo el poder, no ha dejado de leer ni un solo día. Es el Presidente que más se ha nutrido intelectualmente durante el ejercicio de sus funciones”. Sus comentarios sobre autores y obras de todas las épocas, desde Aristóteles y el Popol Vuh hasta István Mészáros y Joseph Stiglitz, irritan particularmente a los figurones de la izquierda exquisita que se consideran intérpretes exclusivos de ciertos manantiales de la intelectualidad.

El Presidente sigue adelante sin ningún complejo. Lo cierto del caso es que cualquier libro que él recomienda se convierte en best seller.


CAMBIOS SOBREVENIDOS, CAMBIOS QUE VIENEN

Ya se dijo que los caricaturistas tuvieron que renovar sus archivos cuando el Presidente enfermó y tuvo drásticos cambios en su fisonomía. En cierto modo eso también le ocurre a todo aquel que quiera escribir hoy una semblanza de Hugo Rafael Chávez Frías. Hay elementos de su personalidad que también cambiaron a raíz de la experiencia extrema que ha transitado.

Algunos de esos cambios ya se han verificado. El hombre que proclamaba “patria socialista o muerte” y que declaraba que ya había vivido bastante es ahora un ferviente predicador de la vida y un convencido de que no se debe invocar el ocaso mientras realmente se desee seguir luchando.

El mundo entero pudo apreciar su dimensión de ser humano sufriente y presa de terribles angustias (he allí de nuevo la conexión Schemel) en la memorable escena del jueves santo, cuando clamó al cielo: “¡Cristo, dame vida, no me lleves todavía!”. 

Otros cambios han de venir, pronostican ciertos allegados, gente que conoce a la persona –no solo al personaje–. Puede que en este tiempo de campaña electoral se vea obligado a ser muy parecido al Chávez de antes, con sus inclementes ataques a los adversarios, sus sobrenombres y sus desplantes.
 
Luego del crucial 7 de octubre, Venezuela verá a un Chávez sutilmente distinto, dotado de una inusual serenidad. Cercanos colaboradores aseguran que ha emergido de la enfermedad con una renovada conciencia de cuál debe ser el rumbo de los próximos años y que esto se pondrá de manifiesto al traspasar la coyuntura electoral.

Tal vez –dicen– esas reafirmadas certezas sean producto de la clarividencia que adquieren quienes han derrotado a la desesperanza del punto final.

Edición Número Uno. Año 01. ÉPALE CCS Caracas, 30 de septiembre de 2012.



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